sábado, 28 de mayo de 2011

Cap 1 ~El Encierro~ [Historia de un Hada Oscura]

El mundo mágico siempre ha tenido un equilibrio muy precario. La luz y la oscuridad siempre han estado en armonía ya que ninguna de las dos puede existir sin que el otro este presente. Es la ley natural de la vida no puede existir bien, sino existe el mal, no puede existir mal, si no existe el bien. Es por eso que el reino de lo inexistente esta dividido en el reino de la luz o del “dia”, gobernado por criaturas benéficas y puras, y el reino de la oscuridad o de la “noche”, regido por seres maliciosos y dañinos.
Y es en el mundo de la oscuridad en donde se centra este relato, más específicamente en el reino de las hadas oscuras, gobernado por la cruel reina Kendra. Allí en la noche mas oscura de todo el año, en medio de un cuarto frio y vacío en lo mas alto de un torre, una pequeña de ojos verdes esmeralda y cabello mas negro que la noche misma, abrazaba con fuerza a otro pequeño de su edad, con orejas en punta y cabello marrón y ojos azules que lloraba desconsolado.
-No es justo!! Ni siquiera se como lo hice! Fue un accidente no se controlar las llamas del inframundo!! Solo no quería que los mataran es todo!! Salin no quiero a ir a ese sitio!!-gritaba la pequeña abrazándose con fuerza temblando con miedo y angustia. Su cuerpo estaba lleno de vendas y llagas y en las heridas aun abiertas brotaba un corrosivo acido oscuro en vez de sangre que quemaba el piso, pero a pesar de eso de sus ojos no salía ni una lagrima.
-Lo se Hime-sama..no..no.. quiero que se la lleven..n-no es j-justo..Tundra-chan si hubiera una forma de tomar tu lugar yo..-tartamudeaba el pequeño elfo, llorando sin parar, apenas pudiendo hilar alguna palabra entre sus llantos y sollozos mientras abrazaba con fuerza a la hada oscura que tenía entre sus brazos y que era su ama, pero más que eso, su mejor y única amiga.
Sin embargo no pudieron seguir en sus lamentos porque la habitación se vio invadida de pronto por un ogro, dos troll y tres elfos negros, que venían armados y dispuestos a llevarse a la pequeña hada, quien al ver a esa gente en su cuarto se separo de inmediato del abrazo y adoptando una actitud orgullosa y inexpresiva los miro desafiante-
-Como se atreven a entrar en mi cuarto de esa forma!-replicó amenazante la pequeña sin dejarse intimidar por esos seres que de por si eran mucho mas atemorizantes y altos que ella, que solo representaba tener unos tres años de edad, mirándolos hacia arriba sin quitarles la vista de encima. Sin embargo cuando uno de los troll la levanto agarrándole de los negros cabellos y empezó a patalear y a exigir que la bajaran, una voz femenina, fría y melosa que provenía desde atrás de los guardias, hizo que un estremecimiento de miedo la recorriera de pies a cabeza, ahogando todo intento de resistencia.
-Deja.. de resistirte niña inútil..-susurró la reina Kendra, quien era la dueña de aquella voz escalofriante dulce, acercándose a la pequeña que aun seguía asida de los cabellos mirándola con una expresión totalmente cruel- tu existencia fue un error desde el principio debi de encargarme cuando naciste….pero ahora enmendare esa equivocación…-agregó mientras aprisionaba del cuello a la pequeña usando sus largas y blanquecinas manos, mientras el guardia lo soltaba del cabello.
-Su m-majestad..p-por favor..debe..debe de haber alguna otra forma…esa prisión es para los criminales mas peligrosos..y la princesa…es su hija..-suplicó el pequeño Salin que había sido tirado algunos metros más allá por uno de los guardias cuando trato de intervenir, postrándose a los pies de la Reina quien solo le dedicó una mirada asesina, haciendo que con un movimiento de manos un intenso fuego azul rodeara amenazante al pequeño elfo quien se levanto de inmediato esquivando aquellas llamas del inframundo que podían quemarlo hasta la nada misma.
-SALIN!!!-gritó desesperada Tundra, al borde de las lágrimas, quien miraba con horror como esas llamas rodeaban a su mejor amigo, peleando y tratando de zafarse, perdiéndose en su rostro esa expresión de neutralidad e insensible que siempre adoptaba cuando estaba frente a su madre, la Reina Kendra- hare lo que quieras!! Todo! lo que sea!! Enciérrame ahí no me resistiré!! Pero por favor te lo suplico deja a Salin!!
-Je..vaya..me gusta ese cambio de actitud…-susurro sonriéndose con un dejo de malignidad Kendra, chasqueando los dedos para que las llamas alrededor de Salin desaparecieran, a lo que de inmediato el ogro se acercó con su maza y le dio un fuerte golpe con este en el estomago, lanzándolo contra la pared inconsciente- hasta que las llamas del inframundo se congelen en tu corazón, hasta que no seas más que un estropajo inservible que sea incapaz de tomar mi lugar, te quedaras encerrada en las más profundas sombras de ese encierro eterno..-agregó mientras le apretaba el cuello con odio puro para después lanzarla a un lado.
En un rápido movimiento uno de los elfos agarró bruscamente de un brazo a Tundra al verla caer, sujetándola con fuerza al ver que luchaba para poder acercarse a Salin quien sangraba de la boca por el brutal golpe que recibió. De esa forma la arrastro poco menos, saliendo detrás de su Reina quien miro con una mueca burlona a Tundra antes de avanzar y salir de aquel cuarto donde vivía su “hija”, seguida por sus guardias. El elfo era alto y caminaba a paso rápido detrás de Kendra, por lo que la pequeña bajo a tropezones las escaleras de la torre donde siempre la tenían encerrada, sintiendo como con el agarre el brazo le empezaba a doler. Tenía el corazón encogido, no podía dejar de pensar en Salin y cuando empezó a avanzar ahora por la senda que conectaba la torre con el resto del castillo, miro hacia atrás vislumbrando la única ventana de la habitación donde había quedado su mejor amigo, herido e inconsciente. Si tal solo Freya estuviera allí. Pero sabía muy bien que esa hada de luz, a quien veía secretamente con Salin desde siempre, se había tenido que ausentar por asuntos en el Reino del Día, y cuando eso pasaba no la veía en una semana entera. Hacía que nadie podría salvarlos. Y todo porque por un accidente había descubierto que podía usar las llamas azulinas del Inframundo, requisito para gobernar. Solo porque era una posible amenaza para el gobierno de Kendra, Reina de las Hadas oscuras y actual gobernante con el Titulo de Dama del fuego entre las creaturas nocturnas, pensaban deshacerse de ella lanzándola en el sitio más oscuro y aterrador del mundo de las sombras: “El pozo de los lamentos”.
Al entrar al castillo todos los nobles incluyendo a sus hermanas que no veía nunca, miraron el grupo con curiosidad cuchicheando entre si, los rumores de que lo había hecho Tundra se habían extendido rápidamente pero a una sola mirada de Kendra se quedaron en silencio, haciendo una reverencia respetuosa por miedo a esa mujer que los gobernaba casi tiránicamente. Finalmente llegaron a una sala prohibida del castillo, una a la que nadie excepto Kendra podía entrar. El guardia que arrastraba a Tundra la soltó antes de traspasar el umbral, y haciendo una reverencia solemne a su Reina junto con los demás que los acompañaban, se retiraron de ese sitio, dejando solo a Tundra y Kendra en el umbral de aquel portón.
La pequeña trato de escapar, quería ir a ver a Salin como fuera, si algo le hubiera pasado por su causa, no...ni siquiera podía imaginar esa situación. Sin embargo no pudo hacer nada, de pronto y sin previo aviso sintió como algo frio rodeaba su cuello y la jalaba haciéndola caer. Y es que Kendra había usado una cuerda de sombras para amarrarla como un perro y evitar que escapara.
-Ibas a algún sitio inútil?-le pregunto sonriéndose con malicia jalando un poco más la cuerda para hacerla tropezar-..los perros deben de quedarse quietos..-agrego con voz melosa mientras tocaba el portón que se abrió de inmediato al reconocer a su dueña, avanzando de esta forma, arrastrando a esa niña que tanto odiaba desde el momento que nació, al interior de ese sitio lúgubre que apenas estaba iluminado por una lámpara de fierro que colgaba del techo. Era una habitación de piedra y sin ventanas y a primera vista estaba vacío a excepción de un cuadro que colgaba de la pared del fondo y que representaba una escena del Infierno, en donde miles de almas angustiadas eran torturadas por demonios que sonreían sádicamente. Al verlo Tundra, quien trataba de quitarse la humillante correa que le había puesto se quedo quieta mirando fijamente el cuadro, con escalofríos sin saber porque, ya había visto a pesar de su corta edad, cosas peores.
-Miedo?-le pregunto Kendra notando su reacción, con esa detestable sonrisa melosa dibujada en sus labios-el lugar donde te pudrirás por el resto de tus días será peor a ese..
A Tundra se le heló la sangre al escuchar las últimas palabras, pero aun así se esforzó en cambiar su expresión a una de completa neutralidad, la que siempre usaba con esa mujer para así no mostrar su miedo y angustia. Sin embargo tenía los nervios destrozados, aun estaba preocupada por Salin sin saber la suerte que correría y recién empezó a asimilar que de verdad la iban a encerrar en aquella prisión. Apretando un puño y escondiéndolo en su espalda vio como Kendra se acercaba a aquella horrible pintura y sacando una daga de entre sus ropas se hacía dos cortes en sus desnudos y blancos brazos en los que en vez de sangrar, se marcaron con extraños símbolos, al tiempo que empezaba a pronunciar algunas palabras en el lenguaje universal, del principio de los tiempos, juntando sus manos como un cáliz frente a ella formando una flama índigo que fue a quemar poco a poco el centro de aquella pintura. Tundra no pudo dejar de sentir escalofríos al percibir que a medida que el cuadro se iba quemando las imágenes que representaba parecían adquirir vida propia y podría haber jurado que llego a escuchar los lamentos de aquellas almas atormentadas, y cuando vio como al terminar de quemarse en el sitio que estaba la pintura aparecía un enorme portón color negro con bisagras rojas, dio unos pasos hacia atrás con la firme intención de huir. Sin embargo no pudo seguir retrocediendo porque de un jalón la Soberana de las hadas oscuras la hizo trastabillar y caer, extendiendo la correa de sombras para que ahora formaran grilletes en sus tobillos limitando aun mas sus movimientos.
-Ibas…a algún lado?-le preguntó Kendra sonriéndose de medio lado divertida. En verdad disfrutaba del miedo en el rostro de su hija.
Tundra no respondió, más bien se mordió los labios para no hacerlo y haciendo de nuevo un enorme esfuerzo para separar las expresiones de su rostro con lo que estaba sintiendo, solo la miró sin emociones en sus facciones, sintiéndose arrastrada un vez más hacia el interior de esa puerta que se abrió de par en par ante una orden de Kendra, hasta un pasillo que estaba iluminado por antorchas con flamas índigas apostadas en las paredes. El aire era frio y escalofriante y Kendra avanzaba a paso tranquilo, haciendo ondular su largo vestido hecho de sombras sobre el piso provocando un siseo muy parecido al de una serpiente, jalando de vez en cuando la cuerda de sombras que ataba a Tundra solo para sonreírse divertida al escucharla tropezar. A medida que caminaban las antorchas que dejaban atrás se iban extinguiendo, haciendo la oscuridad de aquel sitio cada vez mas latente y cuando finalmente llegaron al final de ese pasillo que parecía no acabar nunca, ninguna antorcha quedaba encendida y frente a ellas un enorme muro de color ébano con inscripciones y símbolos desconocidos que parecía tener luz propia, se erguía.
Rápidamente Kendra se acerco a aquel muro y con la misma daga que antes había usado para cortarse los brazos delante del cuadro del Infierno, esta vez se corto las palmas de las manos, brotando de las heridas recién hechas una espesa y rojiza sangre que al contacto con el aire, se tornaba en un peligroso ácido. Con las manos aun sangrando empezó a tocar algunos de los símbolos que están inscritos en aquel muro, que al contacto brillaban de un color rojizo. Después de hacer esto repetidas veces, dejando la pared otrora negra completamente, ahora con los símbolos rojizos marcados, se alejó un par de metros al escuchar una profunda y ronca voz que parecía provenir del muro mismo.
-¿Quiénes osáis interrumpir mi sueño?-preguntó la voz.
-Kendravenon la Reina de las Hadas oscuras, actual Dama de las Flamas del Mundo de las Sombras-respondió la mujer.
-¿Y que deseáis su Majestad, que de mi letargo eterno me venís a despertar?-
-Que tus puertas abras y se trague a la pecadora- volteo y miro a Tundra con una sonrisa burlona en los labios que ante ti vengo a presentar.
-¿Y cual es pecado que esta criatura ha osado a cometer a tan temprana edad?- siguió preguntando el muro con esa profunda voz que parecía atravesarte el pecho.
Al escuchar la última pregunta a Tundra le dio un vuelco al corazón. Era verdad, ella no había cometido ningún crimen ni pecado, no había hecho nada malo en lo absoluto. Simplemente usó su magia para poder salvar a una familia de humanos que había estado visitando a escondidas con Salin y Freya desde hacía meses. Era una linda y cálida familia. Un padre trabajador y bondadoso, una madre dulce y amorosa que acaba de dar a luz una niña y dos hijos inquieto y traviesos con los que jugaba y divertía mucho. La tarde anterior, cuando los habían ido a visitar con Salin sin Freya que estaba ausente por asuntos importantes, vieron como casa estaba siendo atacada por trolls y sin pensarlo demasiado se metió como pudo al interior donde la familia estaba refugiada. Cuando se dio cuenta de que los estaban por asesinar sin saber aun como materializó flamas azules de sus manos y pudo de esta forma espantar a aquellos seres, pero después de eso todo se había tornado confuso y lo último que recordaba fue que había sentido un intenso dolor en la nuca por el golpe de la maza del único troll que no huyo de inmediato e inmediatamente todo se volvió negro. Después de eso despertó en brazos de Salin en esa oscura y fría torre que era su habitación escuchando a medias la orden de un duende que leía una proclamación real, en donde la condenaba a sufrir por la eternidad en el pozo de los lamentos bajo el cargo de haber usado ilegalmente las flamas del Inframundo. Sin embargo las intenciones reales tras ese dictamen era obvias. Se querían deshacer de ella. Si ese muro preguntaba cual era su pecado tal vez fuera imparcial pues haber usado esas llamar había sido un accidente, ni siquiera sabía como lo había logrado. Por un segundo una leve esperanza inundo su corazón y ya iba a hablar en su defensa cuando Kendra contesto en su lugar.
-Su pecado, es haber usado ilegalmente las flamas índigo del Inframundo para quemar vivos a una familia de humanos.
-Que…?-pregunto atónita la pequeña quien al oír esas palabras sintió que le apuñalaran el corazón. Los había….matado?..Por un segundo pudo recordar cómo antes de perder el conocimiento todo se había tornado azul por sus llamas que se habían salido de control y pudo escuchar una vez más los gritos desesperados de aquello a los que había deseado proteger.
-Oh…estas llorando mi niña..-le susurro sarcástica la reina mientras le limpiaba con fingida dulzura las lagrimas que ya era incapaz de contener-fuiste muy mala..pero mami no está enojada..si te portas bien quizás mueras pronto en ese lugar-agregó sonriendo mientras con un brazo indicaba al muro, que se había abierto al oir el pecado cometido ,dejando ver en su interior un espacio cubierto por las mas frías tinieblas.
Tundra ni siquiera se resistió al sentir que era lanzada a ese sitio, cayendo en medio de las sombras mirando con los ojos llenos de lágrimas aquello que sería lo último en ver en mucho tiempo. La sonrisa llena de satisfacción de aquella mujer que era su madre desapareciendo tras una rendija de luz.
Y cuando la rendija se cerro, las tinieblas la envolvieron. Por lo general se sentía cómoda y segura entre las sombras pero esta oscuridad era muy distinta. Aun con su penetrante mirada que podía ver las sombras más oscuras no podía ver nada incluso llego a pensar de que había quedado ciega. El suelo de aquel sitio era viscoso no era solido y con escalofríos sintió como algo siseaba a su alrededor como si estuviera rodeada de serpientes invisibles que se les subían por las piernas haciéndola sentir escalofríos al sentir lo frio y viscosos de aquello que no era nada más que la oscuridad de ese sitio que tenia voluntad propia, envolviéndola, atándola frenando todos sus movimientos dejándola completamente inmóvil. Quiso gritar pero en el momento de abrir la boca pudo sentir como algo espeso se le metía por la garganta, ahogándola, impidiéndole hablar o susurrar siquiera. Y el silencio se hizo de pronto. Nadie sabe lo que es en verdad el silencio siempre hay un sonido casi imperceptible a nuestro alrededor, una muda pero presente señal de que no estás solo, de que hay vida a tu alrededor. Pero es sitio era muy distinto. Este silencio era real y total y Tundra incluso era incapaz de sentir el latido de su propio corazón lo que le hizo dudar de su propia existencia. Y la tortura comenzó. No una física sino una psicológica y emocional. Encerrada allí la pequeña Tundra no podía ver, hablar o mover siquiera un músculo de su pequeño y aun frágil cuerpo. Su mente se arremolinaba de visiones de muerte, de dolor y sufrimiento, su cuerpo estremecía en espasmos de desespero por el escalofriante miedo que la recorría de pies a cabeza amenazándola con hacerle perder la cordura. Pero lo único que podía hacer era llorar, llorar hasta que las lágrimas se le acabaron. Y sin embargo no se rendía, no se quería entregar a la muerte. Una leve luz de esperanza aun se alojaba en su intocable corazón. Freya. Aquella hada que la había cuidado desde que era una bebe, que a escondidas de Kendra la mimaba, le daba amor, le enseñaba cosas y le regalaba aquella sonrisa que hacía que su marchito corazón se entibiara. No..no se podía rendir, no se podía entregar así nada mas a la desesperanza y a la locura, sin pelear sin resistirse hasta el final. Además estaba Salin. Aquel elfo que había estado a su lado desde siempre, desde que nacieron, que le fue entregado como sirviente de toda la vida desde el momento en que nacieron, el mismo día, a la misma hora. No.. no se podía dejar vencer por esa oscuridad, tenía que sobrevivir de algún modo, mantenerse cuerda de algún modo. Así que soñó. En ese lugar, entre esas sombras que se apoderaban de cada fibra de su ser, que tocaban y tensaban cada cuerda de sus miedos, en ese pozpo de oscuridad que le impedía dormir o descansar, pudo ser libre en su mente, soñando despierta con un sitio donde Freya, Salin y ella estuvieran juntos por siempre, riendo, haciendo travesuras como una familia humana, libre completamente, sin ataduras, sin que la existencia de Kendra importara siquiera. Un sitio donde pudiera sentir la calidez del sol sin que le abrasara la piel, un sitio donde podía disfrutar de las flores, de perseguir liebres. Un sitio donde incluso podía esperar a crecer y conocer ese sentimiento llamado amor que le escucho mencionar a Freya alguna vez. Un sitio donde pudiera ser feliz sin que nadie le recriminara por ello. Y de esa manera espero, espero a que alguien la sacara de allí y pudiera permitirle hacer realidad su sueño.

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