-Mi nombre es Tundrameredik un
placer conocerlo-susurró una mañana Tundra mientras practicaba una respetuosa y
cortes reverencia frente al espejo de su cuarto - como ha estado su día?
-Eso fue bastante bueno Tundra, seguro
el señor Arden lo aprueba-le dijo animado Salin, que estaba sentado en el borde
de la cama mirando como su amiga practicaba las normas de cortesía que le había
estado enseñando Arden hacia algunos días.
-¡Ahhh! Ya no lo soporto. Esto es
demasiado aburrido, no me importa que diga Arden –reclamó la pequeña sacándole
la lengua a su reflejo completamente fastidiada de fingir ser amable- ¿por qué
debo decirle eso a alguien que no conozco en lo más mínimo? No tiene sentido. Además
detesto usar mi nombre completo soy simplemente Tundra . Eso de Tundrameredik
es tedioso.
-No digas eso Tundra. Es la fiesta
que van ofrecer en tu honor todos los
nobles de los reinos vecinos. Lo mínimo que tienes que hacer es mostrar
cortesía. No es tan difícil, mira –le contesto Salin , levantándose para pararse
justo en frente Tundra, haciéndole una elegante reverencia élfica. Inclinó
ligeramente el torso al tiempo que hacía una venia con la mano, llevándose dos
dedos a los labios al incorporarse nuevamente. En su mano había aparecido de la
nada, una rosa roja que le extendió con natural gentileza- Un placer conocerle,
damisela. Mi nombre es Dryosalin, ¿me haría el honor de recibir este obsequio?
-
¡Eres elegantemente idiota, Salin! –respondió Tundra entre risas, después de recibir
la flor y acomodársela detrás de una oreja. Realmente Salin sabía cómo animarla
y hacerla reír. A pesar de aquel insulto, que era su forma de agradecer, se
abrazó a la espalda de su amigo, dando un pequeño brinco para que la cargara-
Te sale natural, no es justo, porque no puedes venir conmigo. Me voy aburrir
con tanto viejo fastidioso.
-Arden-sama va a estar contigo,
sabes que solo soy un sirviente. Solo pueden asistir nobles –contestó el
pequeño elfo , cargando con delicadeza a su princesa, con el rostro sonrojado,
como le era habitual. Sin embargo su rostro se tornó preocupado al recordar que
Kendra estaría en la misma habitación que Tundra, y apenas pudo ahogar un amago
de sollozo. Le aterraba pensar lo que esa mujer podría hacer hacerle nuevamente
a su querida princesa.
Tundra se dio cuenta de inmediato de
la angustia reflejada en el rostro de su amigo, pues podía verlo a través del
espejo. Y sabía perfectamente la razón, pero no iba a permitir que sintiera
miedo y angustia por ella. Así que agarrando con sus dedos las comisuras de los
labios de Salin a modo de gancho, empezó a jalarlo con fuerza obligándolo a
sonreír dolorosamente.
-¡No pongas esa cara! Salin eres un
llorón ¿en verdad eres un elfo? Pareces una delicada pixie con tanto llanto-le
dijo molestándolo sin soltarlo, riendo un poco mientras jugaba divertida con la
cara de su amigo quien trataba de resistirse apartándole las manos de sus
labios.
-En verdad son solo unos mocosos
malcriados-les dijo una voz femenina desde la puerta y al voltear ambos,
pudieron ver a Masin, un hada mestiza de ojos negros y mirada despectiva que los observaba de mala gana.
Era una de las criadas que servían en el palacio y su desprecio por Tundra era
bien conocido por todos los sirvientes. Quizás por eso Kendra la designó para
que atendiera a la pequeña princesa en algunas ocasiones. En sus manos traía un
bulto que dejó encima de la cama.
-La ropa de la “princesa” para el
banquete de esta noche- les dijo arrastrando las palabras, haciendo una
reverencia que procuraba ser respetuosa aun cuando solo denotaba desprecio en
su mirar. Suspiró contrariada al notar la desnudez de Tundra, que solo se
cubría con flores, hojas y lianas, como era su costumbre- por Shiba, eres como
un animal, ni siquiera llevas ropa.
- Señorita Masin yo me encargo de
preparar a Tun...a la princesa para esta noche, gracias..–respondió Salin,
bajando de su espalda a Tundra, tomando con cuidado el paquete envuelto.
-Masin no pienso usar vestido así
que puedes llevártelo -reclamó Tundra mirándola despectivamente. A diferencia
de Salin, ella no toleraba que la insultaran y miraran con desprecio.
-Mira mocosa inútil, se me dijo que
te vistiera y preparara para la fiesta y si no lo hago me castigaran así que
deja esas ínfulas de princesa malcriada y obedece -le respondió fastidiada el
hada mientras ponía los brazos en jarra, mirándola fijamente. Ni siquiera
intento disimular su desprecio por esa niña, aun cuando era la heredera al
trono y ella solo era una sirvienta.
Sin embargo, hubiera sido mejor para ella haber fingido por
lo menos un poco de respeto. Tundra se había molestado en verdad, y eso sumado
al mal humor que ya traía, la hizo enfurecer. No hizo ningún amago por
controlar su esencia maligna que lleno de inmediato la habitación, formando un
halo oscuro, cual vapor negro condensado que la rodeaba. Sus ojos verdes se
volvieron completamente rojos, y las sombras que se formaban dentro del cuarto
se tornaron inestables y se movieron de
su lugar para ir a los pies de Tundra, fundiéndose con su sombra que se extendía
y removía como si tuviera vida propia.
Masin retrocedió asustada hasta la
puerta, tratando de escapar, pero ésta estaba cerrada como si una misteriosa
fuerza magnética le impidiera abrirse. La expresión aterrada en su rostro
revelaba que el concepto de chiquilla impertinente que tenía de Tundra, había
cambiado radicalmente
-¡Tundra, cálmate!- le gritó
asustado Salin, tratando de acercarse. Había recordado aquella vez cuando su
princesa había usado por primera vez sus flamas añiles. Pero había algo
diferente y al notar como Tundra volteaba hacia él un segundo y lo miraba
sonriendo, pudo entender. Esta vez tenía el control.
Las sombras se agolparon a los pies
de la asustada Masin rodeándola en un círculo que poco a poco se iba achicando,
amenazando con tocar sus pies. Tundra sonreía mientras movía las manos como si
dirigiera una orquesta, hasta que, en un movimiento brusco, elevó las manos y
las sombras se alargaron hacia arriba, formando un cilindro negro que atraparon
completamente a Masin, cerrándose como si fuera una especie de líquido espeso que
se fundió una vez mas con el piso. Todo volvió a la normalidad y de la
insolente hada no quedó ni rastro.
-¿Tundra? –preguntó Salin después de
un rato, sin dejar de mirar el sitio donde minutos antes había estado Masin- tu
no habrás…
-¡Jajaja! eso le pasa por meterse
conmigo , como se le ocurre llamarme mocosa inútil –le contestó Tundra entre risas, abrazándosele nuevamente
por la espalda abrazaba de él por la espalda- solo la mande al Pantanal no te
preocupes , ahora debe de estar metida hasta el cuello en el lodo asqueroso.
-¡In-increíble!, ¡has mejorado
mucho! –exclamó admirado Salin, ahora
relajado y riendo bajito al imaginar a esa hada que siempre tenía cuidado de no
ensuciarse incluso en sus labores domésticas, toda llena de lodo en ese sitio
apestoso.
-Se lo merece por subestimarme ¿no
crees? –dijo divertida la pequeña soltándose del abrazo para irse a sentar en
la cama mirando el paquete con el vestido- no quiero ir a esa fiesta..solo me
exhibirán como un trofeo de cacería.
-Solo son unas horas, resistirás, lo
sé –le dijo conciliador Salin, abriendo con cuidado el paquete. Era un hermoso vestido violeta oscuro casi negro, de
exquisito y delicado gusto. Junto con él había un lirio blanco que estaba medio
aplastado por la presión de la envoltura- ¿Freya?
-¿Eh? Como que Freya -repitió Tundra, , tomando con mucho delicadeza el
lirio de un blanco inmaculado. Ese envío debía de ser un regalo de Freya, ya
que ella siempre había usado esa flor como su sello personal.
-Freya fue quien eligió ese vestido
especialmente para ti. -les dijo una voz conocida a sus espaldas y al voltear,
pudieron ver a Arden sentado cómodamente en el sillón que estaba a un lado de
la puerta. Cuando había entrado y como lo había hecho sin que ninguno de los
dos chicos lo sintieran, era un misterio.
-¿ Freya lo escogió para mí? –preguntó
animada Tundra mientras tomaba el vestido y se lo miraba en el espejo,
sobreponiéndolo en su cuerpo para observar cómo le quedaba.
-Me pidió que te lo entregara y como
andaba algo ocupado con asuntos oficiales, se lo pedí a Masin, pero- miró
alrededor alzando una ceja- creo que tuvo algunos...incovenientes.
-¡Ella
se lo buscó!-se defendió Tundra- y no le hice nada malo solo la mande a nadar
en el Pantano.
Arden exhalo un suspiro, frotándose
el entrecejo, aunque una leve sonrisa se asomo en sus labios. Había presenciado
todo y si no había intervenido era porque quería conocer la reacción de Tundra.
Y bastante se sorprendió con lo que la pequeña había hecho. No sehabía podido
imaginar que Tundra controlara tan prodigiosamente las sombras. Y no era que lo
sorprendiera por la edad que tenía el hada, sino más bien por su salud mental.
No habían pasado muchos meses aún desde que la había sacado del pozo de los
condenados, y la experiencia vivida en aquel lugar era suficiente para enloquecer
a cualquiera. Y para controlar algo tan intangible como las sombras, era
necesario un control mental complejo si se quería evitar ser devorado por la
oscuridad. Y muchas hermanas de Tundra, mestizas principalmente, habían
sucumbido por esto. La demencia y perturbación mental, además de un propensión
casi patológica a la violencia, hacía que la mente de gran cantidad de seres
que controlaban sombras, fuera inestable. Es decir, los seres que podían
controlar la oscuridad estaban más predispuestos a ser devoradas por esta. Pero
Tundra no tenía ese problema. Las manejaba con seguridad y su imaginación solo
contribuia a un manejo creativo de estas. Ella controlaba las sombras y no las
sombras a controlaban a ella. Realmente le había sorprendido. Aquellas sombras
lo habían sorprendido.
-Creo que sí iré a la fiesta…-dijo
de pronto Tundra, sacando a Arden de sus cavilaciones- pero prometo causar
problemas.
- ¡Tundra! No puedes prometer esas
cosas, está mal..-le reclamó Salin, preocupado- no sabes que podría pasar…
Pero Arden soltó la carcajada. Ahora
entendía como Tundra lograba mantenerse estable.
-Supongo que tendré que encargarme
si te metes en problemas, “pequeña” damita-dijo, recalcando “pequeña” y
haciendo una reverencia burlona.
-¡No soy pequeña! ¡Soy casi una
adulta!-le reclamó Tundra, ofendida.
-Eres una pequeña damita
revoltosa-respondió Arden burlón- solo las pequeñas damitas tienen carta blanca
para causar problemas.
Tundra infló las mejillas, en un
mohín infantil. Le habían tocado el punto débil.
-Bueno, no causare “tantos”
problemas-dijo al fin, cruzándose de brazos y aun emberrinchada- pero no me
llames pequeña porque no soy ninguna mocosa.
-Bueno, entonces distinguida dama,
me retiro para que prepare sus atuendos, volveré en un rato-le respondió Arden
aun sonriendo pero aguantándose la risa, haciendo una respetuosa reverencia
antes de salir de la habitación.
-Tengo la ligera sensación de que me
estaba tomando el pelo…-aventuró Tundra, sintiéndose aturdida por el gesto
formal que había tenido Arden para con ella.
-No creo que sea eso-respondió
conciliador Salin, aun cuando le era obvio que Arden estaba sobreactuando-¿
entonces? ¿Te ayudo con el vestido?
-Sí, no tengo ni idea de cómo se
ponen los vestidos, pero por ser regalo de Freya, lo vestiré con dignidad y
gracia.-adujo Tundra , alzando las manos para que Salin se encargara de todo.
Cuando Arden regresó, la vio vestida
y arreglada. El vestido caía con elegancia por sus piernas, y al ser ligero, no
molestaba ni restringía sus movimientos, principal razón por la que no solía
usar ropa. Se había acomodado el cabello en una larga trenza francesa amarrada
con un listón negro, luciendo como adornos la rosa y el lirio de Freya tras de
una de sus orejas.
-Te ves muy linda-les interrumpió
una vez más Arden apareciendo de la nada en el cuarto, sonriendo al ver a
Tundra vestida y lista para el Banquete que sería dentro de unos minutos ya.
-Para ser el primero en corregir los
malos modales, los tuyos no son muy buenos -reclamó Tundra, poniendo los brazos en jarra mientras le miraba
en reproche- ¡Toca antes de entrar!
-Lo lamento desde ahora tocare la
puerta mi muy estimada damita –se disculpó Arden haciendo una reverencia para
después tomar la mano de Tundra y darle un beso en el dorso de esta- entonces
mi damisela vamos al Banquete?
Inflando las mejillas, la pequeña
retiró con brusquedad la mano sin responder el gesto formal del elfo, volteándose para abrazar a Salin.
-Volveré antes de que te des cuenta,
y entonces quiero ver las campánulas carnívoras que me prometiste mostrarme- le
dijo la pequeña a Salin, quien no podía ocultar su angustia a esas alturas.
Y así, tras despedirse, partió
guiada por Arden al gran Salón donde se daría lugar el Banquete.